jueves, 24 de enero de 2013

Zamba para no morir

Mercedes Sosa con su bombo legüero


Hoy me duele la vida. Esa que bebo a bocanadas de viento en las vidrieras, en las calles y plazas, en los corredores, en los campos.
Viene a mitigar mi dolor esa maravillosa canción de Hamlet Lima Quintana, Noberto Ambros y Alfredo Rosales que conocimos a través de Mercedes Sosa, la Negra, la de la voz telúrica y total que Jorge Cafrune lanzó a la fama:

Romperá la tarde mi voz
Hasta el eco de ayer.
Voy quedándome solo al final,
Muerto de sed, harto de andar.
Pero sigo creciendo en el sol,
Vivo.


Era el tiempo viejo la flor,
La madera frutal.
Luego el hacha se puso a golpear,
Verse caer, sólo rodar.
Pero el árbol reverdecerá
Nuevo.


Al quemarse en el cielo la luz del día
Me voy.
Con el cuero asombrado me iré,
Ronco al gritar que volveré
Repartido en el aire a cantar,
Siempre.


Mi razón no pide piedad,
Se dispone a partir.
No me asusta la muerte ritual,
Sólo dormir, verme borrar.
Una historia me recordará
Siempre.


Veo el campo, el fruto, la miel
Y estas ganas de amar.
No me puede el olvido vencer,
Hoy como ayer, siempre llegar.
En el hijo se puede volver
Nuevo.


En mi oralidad recordaba la canción pero sobre todo las frases: al quemarse en el cielo la luz del día, me voy,..., y sin referencia a la muerte. ¡Cuántas veces la he invocado! Y la he seguido a pies juntillas.
Pero un hijo te ata a un lugar, a unas tierras, a unas gentes. Y vives. Y aprendes a "estar con". Y es bonito. Y descubres que la vida duele igual apegada a un lugar o a salto de mata.
Y entonces, en esa tristeza, viene a rondarme otra fantástica canción, en este caso de Aute:

Presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga, 
quiero que no me abandones 
amor mío, al alba.

Amor mío, amor mío, ... pero ese amor mío hay que imaginárselo, representárselo, inventárselo. Existe, lo sé, pero ¿dónde?. Está despistado, no sabe que eso es lo más importante que tiene que hacer en la vida y vive en el vacío, en su propia vorágine y en su propio vacío.
Y así andamos todos, en un constante tejer y destejernos, sin nada dentro, como decía Gil Albert en La comunidad.

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